Tati Bruening tiene 20, mide casi un metro noventa centímetros, y el 2019 comenzó a hacer fotografía de conciertos mientras terminaba la secundaria. Estaba obsesionada con TikTok — como todo adolescente que se precie de tal - y así fue como se metió a la mala a un lounge VIP de la aplicación china en una conferencia de YouTubers en Orlando; “Convencí a la seguridad que yo era alguien cuando en realidad no era nadie”, le dijo a Business Insider. De ahí en adelante, todo se precipitó: se convirtió en la retratista de los creadores top de la plataforma, lo que vino acompañado de una explosión de seguidores — pasó de 900 mil en 2021 a 2,5 millones hoy.
futuros sigue la intersección entre tecnología, economía y cultura en Latinoamérica y el mundo.
Illumitati no sólo vive en el mundo del algoritmo creado por Bytedance; también lo hace en Instagram, propiedad de Meta. El sábado pasado en la tarde se animó a crear un petitorio simple: que la app creada por Kevin Systrom y Mike Krieger volviera a ser como antes; ¿por qué esforzarse tanto en querer ser como TikTok o Snap? “Sólo quiero ver fotos bonitas de mis amigos”, pedía en Helvética cursiva negra sobre un fondo blanco; un día más tarde, el post bajo estas líneas ya daba vuelta en mis Stories — personalmente no la había visto en el feed, a pesar que sigo a Tati, todo gracias al nuevo algoritmo de la aplicación - y sumaba 20 mil firmas en change.org. Ese fue sólo el principio.
Sobre 2 millones de likes y 200 mil firmas en la petición después, y con Kim Kardashian y Kylie Jenner compartiendo el post de Tati en sus historias, Adam Mosseri — CEO de Instagram - grabó un video donde explicaba el por qué de los cambios, tratando de justificar que no eran sólo porque Facebook necesita desesperadamente hacer funcionar un algoritmo de visualización similar al de TikTok en sus aplicaciones. "Creo que Instagram, con el tiempo, cada vez más se moverá hacia el video”, decía en el mensaje posteado en Twitter (una decisión extraña, dado que la conversación se estaba dando en la plataforma de la que es responsable) y que ayer asumió como un error en conversación con Casey Newton de Platformer:
“Si queremos ser el lugar donde las personas impulsen la cultura digital y así ayudar a hacer realidad la promesa de Internet — que era poner ese poder en manos de más gente - creo que debemos ser mejores en ese objetivo.”
Pero al mismo tiempo que llega el mea culpa, hay disonancias en el corazón del discurso. Progresivamente la influencia de la salsa secreta algorítmica que hizo explotar a Douyin/TikTok se tomó los espacios que, por casi dos décadas, fueron alimentados por pequeñas piezas de contenido ligadas a cada uno de nosotros y nuestro “gráfico social”: círculos de influencia primarios y secundarios que le permitieron a muchos construir una presencia en el espacio digital reafirmada por gustos e intereses, que ciertos algunos casos ha permitido reemplazar profesiones y currículums por un angliscismo: influencer. Sobre todo en Instagram, donde los creadores de contenido florecieron en el último lustro impulsando carreras especialmente en el espacio de la fotografía, moda e ilustración, y llegando a destruir el acceso a espacios difíciles de conseguir en esas industrias sin una red de contactos.
Por eso que suena lógico hoy hablar del ocaso del concepto de la red social como lo entendemos, porque deja atrás una economía artificial basada en una forzada necesidad de atención capitalizada por Meta al poco andar de Facebook con la introducción de las “páginas”. Fue ahí cuando las marcas, productos y servicios penetraron lo que hoy nos genera nostalgia: lo “real”, las fotos “espontáneas” de nuestros familiares, amigos o conocidos de la Internet. La fuerza tras el movimiento que generó el post de Tati es rescatarnos de lo que nos enfrentamos actualmente al abrir Instagram o Facebook: contenidos priorizados para y favorecidos por algoritmos basados en atención — como el de TikTok - o alcance — el que paga la gratuidad de los servicios junto con nuestros datos.
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Los cambios que propone Meta para sus plataformas dejan de lado incluso esto: lo más probable es que un video seleccionado por un algoritmo desde un océano de contenidos llegará a tu pantalla, quieras o no, porque una sombra de tus acciones, gustos y preferencias desperdigadas por la Internet determinará lo que se supone que deseas consumir en un determinado momento. Esta semana, en la llamada post resultados del Q2, Zuckerberg reveló que actualmente estamos consumiendo un 15% de contenidos recomendados en Facebook y aún más en Instagram, y que ese porcentaje se duplicará hacia 2023. Todo mientas ByteDance prepara su propia versión de Instagram, llamada Kesong — o croissant en chino. 🥐
La nostalgia por la primera etapa de las plataformas sociales esconde múltiples realidades, entre ellas el cómo fuimos usados colectivamente para aprender por la fuerza — y validar – formas de presencia e interacción digital adictivas por diseño y que cimentaron el negocio de actores clave de las Big Tech; otra es que la victoria pírrica del movimiento de Tati esta semana — porque es de ella, y no de Kim Kardashian - demuestra cómo hemos cambiado desde que Instagram puso las reglas de cómo construirnos digitalmente en la década de 2010: una versión cuidada y lujuriosa expresada en múltiples aesthetics diseñadas para estimular visualmente la atención del resto — y del algoritmo.
Todo eso se transformó (por ahora) en un Síndrome de Estocolmo, donde ya a nadie parece interesarle lo que estamos progamados a entregarle a nuestra “audiencia”, sin importar la cantidad de videos (que ahora son Reels por defecto) o los memes de Little Miss que compartas en tus Stories. Sorry.