El año es 2013 y estoy en San Francisco, California, a unas cuadras de Union Square junto a un gran programador chileno en las oficinas (vacías) de Seahorse; un producto naciente que buscaba capitalizar algo que hoy no puede faltar en la fibra de cualquier aplicación: el compartir fotos con tus amigos. En este caso, las que no enviabas por WhatsApp, que no etiquetabas en tus álbumes de Facebook, que dormían guardadas en Dropbox por los siglos de los siglos.
Antes que Google Photos, Seahorse guardaba las fotos en la nube, en alta resolución y usaba un algoritmo para ordenarlas. Partías con 1GB gratis; por cada amigo que se sumaba, ganabas medio giga más de almacenamiento.
Para ese entonces, Seahorse tenía todas las de ganar… pero algo pasó: no prendió. Oskar Hjertonsson, su CEO, pensó en que primero iban a pulir el mercado estadounidense antes de lanzar en el resto del mundo, así que bloquearon la app geográficamente para que sólo estuviera disponible en ese país y en Suecia.
Craso error. Uno que no volvió a cometer junto a Daniel Undurraga — su co-fundador desde la época de Needish - un par de años más tarde, cuando puso a andar Cornershop: la app que salió cocinada desde las complejas calles de la CDMX directo al sector oriente de Santiago: un market fit soñado, con clientes apasionados (como yo) que pregonaron a los cuatro vientos — ¡y gratis! - a todos sus contactos que hacer el supermercado en esta nueva app era (y es) una experiencia más rápida y mejor que intentar comprar lo que fuera en los sitios web del retail.
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La comisión daba lo mismo: Rappi aún no salía de Colombia con una tonelada de presupuesto de marketing y growth; las bolsas de los pedidos son un ícono pop — me saco el sombrero ante toda el área creativa -, y la promesa de llegar en 90 minutos con lo que pidieras se hizo costumbre. No por nada Uber pagó primero USD$458 millones por el 48% del control y, el mes pasado, aproximadamente USD$1.400 millones en papeles por el resto de la compañía, que seguirá siendo operada técnicamente desde Sanhattan mientras ya crece en 17 ciudades de Brasil.
Sin duda, una bonita historia: una que llenó titulares de la prensa local que habló de una tercera ola de emprendimientos chilenos (lo que es correcto si tomamos en cuenta el boom local puntocom al borde de 2000, y la ola de nuevos emprendimientos post creación de StartupChile) y posteos diversos en LinkedIn, donde incluso vi pasar que se comparaba la operación con ganar un mundial de fútbol.
El mismo sentimiento me invadió hoy ante la serie D de NotCo, que levantó USD$235 millones de Tiger Global, el fondo de inversión más hot después de la aventura de SoftBank que acaba de sumarle otros USD$5.000 millones a la billetera para LATAM.
Antes de recibir financiamiento del brazo inversor propiedad del novel astronauta Jeffrey Bezos, y de los titulares ligados a Roger Federer, Matías Muchnick trabajaba en un banco internacional de inversión. De profesión ingeniero comercial y con un master en finanzas, el creador del algoritmo Giuseppe — que toma información de 4.000 plantas y las combina para crear las fórmulas detrás de los exitosos productos plant-based de NotCo - decidió que la comodidad era, lisa y llanamente, un error.
El resto es historia: adiós finanzas, hola cuestionamientos, hola intuición, hola pasión. Motivado por su curiosidad, Muchnick se preparó en Berkeley y Harvard; ahí conoció a Karim Pichara junto a quien, en un fin de semana, creó el algoritmo que derivó en un chocolate vegano y luego en una mayonesa, en leche, en hamburguesas y — hace unos días - en carne molida, todo basado en plantas.
Más allá de los prejuicios, al igual que en Cornershop, los NotCo decidieron lanzar en casa: entender, ser y saber de Latinoamérica les dio el pie para poder refinar y perfeccionar los productos que — post serie D - ya son un éxito en Estados Unidos y ahora harán su arribo a Europa. «Sé que si llegamos a ser unicornios es porque estamos haciendo bien las cosas», le dijo Muchnick el mes pasado a El Cronista; sin embargo, ese éxito no vino sin un grueso de errores, bien abrazados antes de llegar al sitial de hoy.
Fallar es un mantra tallado en las paredes invisibles de toda startup. Falla seguido; falla creativamente; es mejor una falla pequeña que un gran error. ¿Cuán tóxicas se han vuelto estas frases? Tanto como las cuentas que pregonan positividad 24/7/365 en Instagram. Fallar no es tan sencillo como nos han hecho creer, especialmente en un contexto empresarial; de hecho, un gran peso está en que la cultura de tu lugar de trabajo y su liderazgo fallar sea sano, para que las personas puedan sentirse lo suficientemente apoyadas y capacitadas para equivocarse sin temor.
Fracasar en el mundo real es seguir a pesar de no siempre saber si el siguiente paso es el correcto, tomar la mejor decisión posible y avanzar a pesar de todo. Por eso, el verdadero éxito detrás de Cornershop y NotCo no está en sus cifras ni en los titulares: el verdadero logro es atreverse a fallar, intentarlo y seguir adelante, una y otra vez.
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